SANTA ADELA
Un día desperté y era del Zaidín,
desprovisto de rango y de apodos,
desprovisto de medallas y de antecedentes,
y de la protección de la escolta de piratas
que me proporcionara un silbido.
Un día desperté y era del Zaidín,
y tenía las narices llenas de café
en lugar de cocaína, me cago en el copón.
Y había pasado una pila de años, pero,
de algún extraño modo, eso era irrelevante.
Un día desperté y era del Zaidín
y estas botas eran mis botas,
estos charcos eran mis charcos,
estos eran mis bloques, estas eran mis calles,
y esta era mi polla.
Un día desperté y era del Zaidín,
y aún me quedaban cuentas que saldar con mi interior,
pero también me quedaban, todavía,
palabras en los bolsillos porque seguía vivo.
Palabras hermosas e imperfectas como yo.
Un día desperté y era del Zaidín,
y este tiempo era mi tiempo,
y este tranvía era mi tranvía,
y nadie conocía el puto reguero de naves quemadas,
de puentes destruidos, y de cadáveres,
que tenía a mis espaldas.
Y esa era mi ventaja.
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